25N. No son solo las asesinadas

No son solo las asesinadas, aunque son importantes y hoy toque recuento. Es que cada prostíbulo tolerado me mata un poco; nos mata a todas, a las de dentro y a las de fuera. Nos matan los que se lucran con la explotación de nuestros cuerpos.
No son solo las asesinadas, a pesar de que la fecha obligue al homenaje. Es que cada salario miserable tolerado cuando trabajo como cajera, peluquera, gerocultora, limpiadora, camarera, cocinera y niñera me mata un poco a mí y a todas las demás. Cada convenio laboral que no se cumple nos mata progresivamente. Cada sentencia judicial postergada nos mata poco a poco.
No son solo las asesinadas, aunque sean protagonistas en el inventario de las violencias. Es que cada imagen de mujer que cosifique, humillando o exaltando, tanto da, nos mata un poco a cada una y a todas a la vez. Es que cada manual escolar que niega a mis antepasadas las mata a ellas, a mí y a todas.
Es que cada muchacha anoréxica nos afecta a todas y a todos, por más que insistamos en mirar hacia otro lado. Cada ansiolítico recetado para calmar malestares que produce el sistema político y económico nos cierra la boca violentamente a todas.
Es que cada tratamiento sofisticado que se idea y financia para promocionar la maternidad al tiempo que se ignoran otras necesidades más imperiosas nos maltrata a todas, y a todos.
No son solo las asesinadas, aunque hoy sea día de minutos de silencio, de manifestación bulliciosa o de sentidas lágrimas. Es que no paran de destinar buenas palabras y dinero a lograr la igualdad y, sin embargo, la pobreza extrema, hoy más que nunca, sigue teniendo rostro femenino: uno cruel, sin maquillaje posible o sutilmente retocado con limosnas públicas y privadas. No hay carmín ni organización no gubernamental que pueda embellecer las cifras de la pobreza de las mujeres. No hay institutos de color malva ni se ha inventado el rímel que pueda disfrazar el modo en que nos vemos obligadas a la doble jornada, a veces triple, y a vender nuestros cuerpos, por partes o íntegramente. No hay tesis doctoral que resuelva cómo encubrimos las mujeres la falta de techo inmersas en relaciones que nos ahogan. Eso es la violencia. Esas son las violencias que sin lluvia ni abono germinan engordando las listas de asesinadas hasta tallas insospechadas.
Cada nuevo proyecto aspirante a corregir estas cercanas realidades vuelve a decirnos cómo hemos de ser mujeres, y qué debemos hacer para estar a la altura de las circunstancias. Eso es lo que nos mata poco a poco llevándonos al inventario de asesinadas: la falta de autonomía material, a la que se suma una enmascarada falta de autonomía moral. Nos sobran agentes, instituciones y elementos tutorizantes que nos indiquen los buenos caminos. No necesitamos que nos digan cuánto debemos pesar, cómo debemos vestir y hablar, dónde tenemos que solicitar ayudas, qué parte del cuerpo podemos retocar o cuándo podemos abortar. Porque decirnos el peso óptimo, la largura de la melena, de las pestañas, del tacón y de la falda, cómo intervenir nuestros cuerpos infértiles para ser madres u obligarnos a vivir la maternidad cuando no la deseamos son violencias. Son violencias toleradas e importantes. Son violencias que nos matan día a día: a las de dentro y a todas las demás. Son violencias que nos matan a nosotras y a todos los que nos rodean.